
Cara angelical,
vestido blanco de luna,
amante de mil ternuras,
voz delicada,
ella la perfecta imperfección,
la criatura que vigilaba las almas perdidas.
Él, silencio delicado,
mirada tierna,
su amor de siglos,
con quien la vida condenó a ser poeta de un ayer.
Musa y poeta escribieron poemas de otras vidas,
acariciaron sonrisas desmedidas,
hasta el punto de enamorarse de sus criaturas.
Sucedió en aquel atardecer que divagaban si el amor era eternidad, o un simple sueño efímero.
Hasta que una mirada se cruzó,
ya no escribieron más historias,
ahora vivirían su propia libertad.
Amor de juventud a sus 1000 años,
que no están los tiempos para esperar,
que la luna esperaba cada madrugada,
que el alba emocionada les esperaba
y el amanecer recorría senderos iluminando sus miradas.
Ahora el amor tenía sentido,
ahora sonreían al recordar,
que nacieron el uno para el otro,
a pesar de siglos siendo maestros…
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