Bobos en el paraíso

Bernard-Henri Lévy, «muñidor de la entrada en guerra de Francia en Libia», con su impecable traje de «Bobo» en compañía de soldados libios. Luce también su sempiterna camisa blanca desabrochada. Pero, contrariamente a su amo Macron, éste no es hombre de pelo en pecho. Tal vez se lo haya depilado.
«Ideológicamente, el “bobo” oscila entre la izquierda indefinida y el centro centrado (muy moderado).»
Arrancando el nuevo milenio, David Brooks escribió un ensayo titulado Bobos en el paraíso. Por «bobo», el autor no se refiere a la torpeza o a la astucia limitada de algunos, sino a la contracción del antiguo galicismo bourgeois-bohème, que describe a la nueva clase media–alta surgida al calor del fin de la historia. En español podríamos hablar de «pijoprogre» o «pijipi», neologismos que no han tenido tanta fortuna como su homónimo extranjero.
El término se puede aplicar a esos urbanitas que trabajan cómodamente en el sector terciario y a los que el mercado mima cada vez más. Se imponen un consumo sofisticado y tienen su puntito de originalidad coñazo. Frecuentan exposiciones de arte moderno o fotografía para hablar de «la fuerza y la luminosidad que emana de ese simple trazo negro sobre el lienzo blanco», o de cómo fulano ha captado ese preciso instante que «cuenta para la eternidad». No pueden ir mucho más allá. De hecho, dudo que alguien pueda. Pero queda bien. Igual que olfatear un vino uruguayo como un perro trufero y hablar del equilibrio de sus taninos…
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