LAS MÁSCARAS DEL ARMAGEDÓN
Cuatro décadas atrás, el azote intrigante del SIDA emergió como una señal bíblica contra el libertinaje sexual. Renovaba esa misteriosa relación entre la enfermedad y sus metáforas que había enunciado Susan Sontag. El Corona Virus vuelve hoy a estremecer esa esfera imaginaria de la humanidad, pero su vértigo arrastra un torbellino apocalíptico que no es solamente mítico, envuelve materialmente la globalización económica, el ecológico desorden ambiental y hace inevitable la reflexión filosófica sobre el destino de la especie. Es como un desconcertante paréntesis para mirarnos otra vez en cámara lenta. Los últimos mapeos del planeta, como consecuencia de la pandemia, muestran a China sin las manchas de polución que sombreaban sus zonas industriales, mientras que el descenso de viajes, eventos laborales y sociales, concentra a muchos en la meditación sobre el cambio histórico que los arrasa. La dimensión apocalíptica aplana en silencio las perspectivas cotidianas.
La hecatombe de las epidemias ha configurado la humanidad no menos que las batallas o los inventos: la peste negra renovó la economía europea porque la caída demográfica fortifico a los sobrevivientes, por el contrario, la viruela y la sífilis de los conquistadores exterminaron las etnias indígenas de América sin mayor redención, la influenza posterior a la primera guerra sello a la humanidad con una mortalidad gigantesca y misteriosa que sobreseía temporalmente la de los ingenios humanos, mientras que el actual Corona virus parece otro estreno maligno de la cara oscura de la globalización. El tono alarmista que sacude las sociedades del planeta quizás no se debe tanto al desconocido mutante que viaja en todas direcciones, sino al tenebroso convencimiento de un desamparo global. La inermidad planetaria es la nueva metáfora que sostiene esta plaga. En su tiempo, la guerra fría constituía bloques penosos, pero más seguros, las ideologías eran enfermizas, pero sostenían los discursos generales, ahora los grupos humanos están reducidos a un vinculo fragmentado, vertiginoso y digital que aísla los destinos. En el mejor caso, no sustituye la lenta colectivización tradicional, ni los liderazgos respetados por su idoneidad. Sin relato histórico, a la velocidad del internet, la globalización solo cuenta con leyendas. Descalificado el pensamiento, sumida la cultura en un plasma mítico, las amenazas bíblicas se tonifican…
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