Traspasar fronteras / La dignidad del camposanto, por Carolina Gómez-Ávila

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Traspasar fronteras

No sé cómo penan las almas que emigran de Venezuela. No lo sé porque no he emigrado. Pero a juzgar por sus lamentos, consejos y maldiciones, no encontraron ni la luz ni la paz al franquear nuestras fronteras.

Lo que me extraña es que soy hija de un inmigrante que murió venezolano y jamás le oí desear para su país natal lo que sí he oído a no pocos connacionales que de esta tierra se han ido, así que sospecho cada vez con más fuerza y dolor que mis compatriotas no soportan el desarraigo autoimpuesto y la tristeza junto con el resentimiento los condujo a la locura…

Muchos -diría que todos- han dejado aquí familia y amigos, muchos -excepto los que formaron parte de la corrupción y luego huyeron- han participado en decenas de jornadas de protestas que hemos protagonizado en los últimos 20 años. Algunos -seguro que menos de los que alardean de ello- han sufrido torturas física; todos, psicológicas; casi todos, económicas y con seguridad todos -incluidos quienes nos quedamos- daños emocionales de difícil reparación causados por 20 años de sometimiento a un proyecto personalista que la mayoría de los venezolanos llevó al poder en 1998. Lo peor es que creo que, de tener la oportunidad, se decantarían de nuevo por otro proyecto populista.

Pero si ha habido algún cambio drástico en Venezuela, lo registro a partir de 2014. Desde entonces, hasta el clima caraqueño es más fresco como consecuencia de la emigración. No hay distancia en la capital que no se pueda recorrer en carro en cosa de 20 minutos. El paisaje humano se reconfigura, las noches finalmente son silenciosas; en el día, con frecuencia me sorprenden escenas inéditas que me cuesta un poco entender y echo de menos las que me resultaban habituales. Donde no hay desolación, el ritmo de las actividades es el del rango etario predominante y donde los jóvenes son la excepción, también se verá que se comportan diferente. Todos somos otros.

Incluso quienes partieron hace un año notarían la diferencia si regresaran hoy de visita. Si se fueron hace dos o tres, más. Si hace diez, no reconocerían al que alguna vez fue su país. Lo que les cuente su familia apenas es un celaje. Además, nadie cuenta todo, ¿para qué botar un velero al mar de los Sargazos?

Desde afuera tendrán que tomar conciencia de que el país al que quizás quieran volver ya no existe y que el que podría reconstruirse con muchos años de perseverancia, seguro que no se parecerá a ese que recuerdan o imaginan. Será otro, mejor o peor, pero tan distinto como ahora son ustedes.

Para quienes nos quedamos, lidiar con esa tristeza a veces es más difícil que luchar por nuestra propia supervivencia. Además, no se trata sólo del clima emocional sino del espanto, del auténtico horror que nos causa ver que quienes fueron nuestros familiares y amigos, argumentan y se articulan para intentar que fuerzas armadas multinacionales o mercenarias vengan a invadirnos y a ejecutar una “operación” que, de relámpago, tendrá lo cegador.

Algunos de ellos consideran que una masacre es un daño colateral imprescindible. Otros, con sus vidas a buen resguardo, se han convencido de que las cosas saldrán como ellos las imaginan; “whishful thinking”, que le dicen

No aceptan la idea de que una ocupación extranjera o mercenaria será contrarrestada, que “los rusos (y los chinos) también juegan” y que el resultado sería un conflicto armado sin final ni costos a la vista. Los más obcecados blanden el caso Noriega que, a pesar de la propaganda, tenía entre sus justificaciones los Tratados Torrijos-Carter sin equivalencia en Venezuela; además, no hubo la asepsia que se pregona: en mes y medio esa invasión asesinó a 3000 panameños y la ocupación se prolongó por dos años. En cuanto al costo, pues Robert Heinlein nos advirtió hace mucho que “no hay almuerzo gratis”; creer en una invasión militar desinteresada o movida por valores universales es de una puerilidad suicida.

Por eso escribo. Para recordar en el futuro que, si algún día las circunstancias me obligaran a emigrar, nunca pediría para mi tierra una invasión armada, un ejército mercenario, una injerencia humanitaria, ningún acto cuyo costo fuera la sangre de venezolanos y cuyo final no pudiéramos tener claro. Yo nunca traspasaría esa frontera, lo prometo.

@cgomezavila

Camposanto

La dignidad del camposanto

La incompetencia de la oposición para unirse en un método republicano y democrático sólo le ha servido para autodestruirse mientras apuntala a la dictadura en el poder.

Parecía imposible pero lo lograron: ya no lideran a nadie. Por más que intentan agitar las calles, por más que se atribuyan el número de protestas que se dan diariamente en el país, la exigua afluencia les grita que en Venezuela también se agotó la carne de cañón.

Para quienes quieren hacer política con sangre y con presos, parece que aún no está claro que quienes nos quedamos en el suelo patrio consideramos que resistir es permanecer vivos y fuera de las mazmorras. No admiten que, por eso, su discurso no encuentra el vigoroso eco que quisieran.

Es decepcionante pero, peor que la decepción, es evidenciar que estamos sin liderazgo opositor. Unos huyeron con el rabo entre las piernas y quienes se quedaron si dicen algo sensato, resulta insuficiente.

¿Qué nos queda? Pienso que no confundir supervivencia con indignidad y comprender que, si bien el país es de todos los venezolanos, los compatriotas que contemplan nuestro problema desde tierras prósperas nunca lo verán igual que quienes nos quedamos en el terruño.

Los partidos, los proscritos y los que se suicidaron, no ofrecen opciones así que nuestro deber es hacer lo que tengamos que hacer para sobrevivir mientras intentamos recomponer el maltrecho tejido social.

Para hacerlo no hay que sacrificar convicciones pero es posible que experimentemos algunas transformaciones. Además, la autoexclusión -que siempre consideré un error- lo es más aún en este escenario sin lineamientos.

Quizás (¡por fin!) sea el momento para integrarse y transformar desde adentro lo que no pudieron vencer desde afuera los políticos ni los antipolíticos

No importa cómo se llame el mecanismo de control social, aquí no hay una palabra a favor de la dictadura. Comparto el destino de quienes nos quedamos en Venezuela y nuestra prioridad es resistir. De lo contrario, nada podremos hacer para rescatar el orden republicano y restaurar la democracia.

Sin sentir vergüenza ni considerarnos humillados hagamos lo necesario para sobrevivir porque no se avizora un cambio a corto plazo. Ninguna utilidad tiene esa “dignidad” que muchos confunden con soberbia, si está a tres metros bajo tierra. Si es verdad que la gloria está en ser útiles, más nos vale no practicar la dignidad del camposanto.

@cgomezavila

FUENTE: http://talcualdigital.com/index.php/2018/09/08/traspasar-fronteras-por-carolina-gomez-avila/

http://talcualdigital.com/index.php/2018/09/01/la-dignidad-del-camposanto-por-carolina-gomez-avila/

http://www.cgomezavila.com.ve/2018/09/traspasar-fronteras.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CiudadanaDeLaRepblica+%28Ciudadanos+de+la+Rep%C3%BAblica%29

http://www.cgomezavila.com.ve/2018/09/la-dignidad-del-camposanto.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CiudadanaDeLaRepblica+%28Ciudadanos+de+la+Rep%C3%BAblica%29

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Lingüista y filólogo. Escritor. Profesor universitario.