Archivos de etiquetas: Jot Down

God Terms

IN GOD WE TRUST

En su libro Hidden Persuasion, Marc Andrews y los doctores van Baaren y van Leeuwen repasaban treinta y tres reconocidas técnicas psicológicas utilizadas en publicidad para persuadir e influenciar. Entre ellas se encontraban los tristemente actuales «God Terms», los «conceptos Dios».

Se podían definir como el ideal platónico de palabras «contra las que no se puede decir nada». Son términos de respuesta universalmente positiva, definidos por los autores como «cualquier expresión a la que todas las demás expresiones se categorizan como subordinadas». Según explica Richard Weaver en su obra The Ethics of Rhetoric (1953) esos términos son el cenit jerárquico y la base de cualquier ideología que se precie. Por eso tan a menudo la respuesta de tanta gente es positiva cuando son invocados, incluida la de personas de ideologías muy diferentes, porque los «god-terms» hacen que los conceptos originales queden vaciados de sentido, que uno no se plantee cómo alcanzarlos y sobre todo que el miedo a ser etiquetado con su contraparte, el «evil-term» asociado, concluya con la inevitable «aceptación». Es peligroso disentir de ideologías que los han adoptado primero… o que se han apropiado de ellos a base de machacona insistencia…

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Jesús de Nazaret (IV): Sangre y resurrección

The_Incredulity_of_Saint_Thomas_by_Caravaggio

La incredulidad de Santo Tomás. Caravaggio, 1602

(Viene de la tercera parte)

Aruru, la diosa de la creación, contemplaba con supremo disgusto la insolencia de Gilgamesh, el poderoso rey de la ciudad sumeria de Uruk. La diosa sabía que Gilgamesh se había demostrado invencible en combate y por ello decidió juntar arcilla con agua para moldear un hombre cuyas cualidades únicas pudiesen convertirlo en un rival digno del rey sumerio. El nuevo hombre se llamó Enkidu, que significaba «hijo de Enki, dios de las aguas». Mucho tiempo atrás, había sido Enki quien, mediante la unión de la arcilla con la esencia misma de la vida, la sangre, había creado la raza humana para convertirla en servidora de los dioses.

Cuando Enkidu cobró vida, sin embargo, no adquirió consciencia de sí mismo. Era tal su inocencia que correteaba desnudo junto a los animales. Desconocía las costumbres de los humanos; no cazaba, no cultivaba, no se vestía, no se cortaba el cabello. Vivía en completa armonía con la naturaleza y era incapaz de actuar con violencia. En semejante estado silvestre, Enkidu se demostraba inútil para los propósitos de la diosa Aruru. Pero ella no se rindió. Había que despertar a Enkidu…

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Jesús de Nazaret (III): El Mesías

Jesús El Mesías

(Viene de la segunda parte)

Un asunto de considerable importancia práctica en la actualidad es que Jesús repudia expresamente la idea de que las formas de religión, una vez arraigadas, puedan ser arrancadas y replantadas con las semillas de una flor extranjera: «Si intentáis levantar las cizañas, arrancaréis el trigo con ellas». Nuestras empresas de proselitismo misionario son, por tanto, completamente contrarias al consejo de Jesús. (…) Un cristiano sería, en su religión, un judío iniciado por el bautismo en vez de por la circuncisión, que aceptaría a Jesús como el Mesías y las enseñanzas de Jesús como de mayor autoridad que las de Moisés. (…) El que fue judío como Jesús y lo conoció, pudo seguirlo sin dejar de ser judío. (George Bernard Shaw, prefacio de «Androcles y el león», 1912)

So, if you are the Christ, the great Jesus Christ, prove to me that you’re not fool… walk across my swimming pool. If you do that for me, then I’ll let you go free. C`mon, King of the Jews! («Canción de Herodes», Jesucristo Superstar)

En tiempo de Jesús existían diversas formas de interpretar los conceptos de la religión judía y el cumplimiento de la Torá, palabra de uso variable que solía referirse a la ley mosaica escrita en la Biblia y también, para muchos, la trasmitida de manera oral…

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Jesús de Nazaret (II): La profecía de los mil años

Jesús de Nazareth

(Viene de la primera parte)

¡Cuán solitaria yace Jerusalén, antaño tan repleta de gente! Ella, que fue grande entre las naciones, es ahora como una viuda. (…) Recuerda, ¡Oh, Señor!, lo que nos ha sucedido. ¡Míranos y contempla nuestra desgracia! Nuestras herencias han sido entregadas a extraños, nuestras casas a los extranjeros. (…) Debemos comprar el agua que bebemos; hasta la madera tiene un precio. (…) Nos marchamos a Egipto y Asiria para tener algo que comer. (…) Tú, ¡Oh, Señor!, que reinas por siempre, ¿por qué nos has olvidado? ¿Por qué nos has abandonado durante tanto tiempo? Vuelve a nosotros, ¡Oh, Señor! Para que podamos retornar a casa. Devuélvenos a los buenos tiempos. Salvo que tu rechazo sea definitivo y que permanezcas enojado con nosotros más allá de toda medida. (Libro de las Lamentaciones, Antiguo Testamento)

Y en mis visiones nocturnas vi a uno como el Hijo del Hombre, que vino de entre las nubes del cielo. Se acercó al venerable anciano y fue llevado ante él. Y se le dio autoridad, gloria y un reino. Todas las gentes de todas las naciones y todas las lenguas deberán servirle: su autoridad es eterna, porque no tendrá fin, y su reino nunca será destruido. (Libro de Daniel, Antiguo Testamento)

Jesús decía ser el Mesías. En el cristianismo actual se traduce esta afirmación según lo que dictan casi dos mil años de tradición y elaboraciones teológicas. El Mesías cristiano es un intermediario que se entregó al martirio para que el género humano pueda acceder a la salvación espiritual después de la muerte: «Mi reino no es de este mundo».

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Jesús de Nazaret (I): El Jesús histórico

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No podemos usar luces eléctricas y radios o aprovecharnos de los modernos instrumentos médicos y clínicos cuando estamos enfermos y, al mismo tiempo, creer en el mundo maravilloso del Nuevo Testamento. (Rudolf Bultmann, teólogo alemán)

Jesús y sus discípulos fueron a las aldeas de Cesárea de Filipo. En el camino, Jesús les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista. Otros dicen que eres Elías. Y otros dicen que eres uno de los profetas». Jesús preguntó de nuevo: «Pero, y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Y Jesús les advirtió con severidad de que no debían decirle esto a nadie. (Evangelio de Marcos)

Cuenta el historiador Tito Livio que Rómulo, fundador y primer rey de la ciudad de Roma, pasaba revista a las tropas que desfilaban ante su palco cuando se desató una pavorosa tempestad y fue rodeado por una espesa nube que ocultó su figura a la vista de todos, mientras un enorme torbellino se alzaba hacia el cielo. Cuando se despejó la atmósfera y volvió a brillar el sol, la silla de Rómulo estaba vacía: «No se lo volvió a ver sobre la faz de la Tierra», escribe el cronista. Los soldados, aterrados y desconsolados al principio, se tranquilizaron pensando que Rómulo se había convertido en «un dios, hijo de un dios, rey y padre de la ciudad de Roma». Un ser celestial a quien ahora podían implorar favor y protección…

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Más miedo que la muerte

«Hoy es un buen día para morir»

11/08/1959

08/11/2018

59 años

DEPRESIÓN

Albert Camus escribió en El mito de Sísifo que el único problema filosófico serio es el suicidio. Es fácil estar de acuerdo con esta afirmación, por eso resulta chocante que el suicidio sea un tema del que no se habla. Se evita porque es aterrador, como si al no mencionarlo dejase de existir. Un reflejo normal, pero cuyo efecto es el contrario: evitar nombrarlo lo hace más presente, como el elefante en la habitación, y produce todavía más miedo. O, en palabras de JK Rowling, «El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra» (Dumbledore, en Harry Potter y la piedra filosofal).

En España se suicidan unas tres mil seiscientas personas cada año. Eso son cerca de diez al día. Una cada dos horas y media. Para hacerse una idea de la magnitud del problema, baste recordar que la cifra de muertes anuales en accidente de tráfico ronda actualmente en torno a un tercio de esa cifra. Según la OMS, ochocientas mil personas se suicidan anualmente en todo el mundo. Las cifras pueden presentarse de una gran cantidad de formas impactantes. Por ejemplo: cada cuarenta segundos hay un suicidio y por cada uno de ellos hay otros veinte intentos. En 1998 el 2% de las muertes en todo el mundo fueron suicidios, por delante de las guerras y los homicidios.

Podríamos seguir dando cifras dramáticas. Sin embargo, lo verdaderamente terrible es que buena parte de estas muertes son evitables. Corresponden a personas con depresiones sin diagnosticar o sin tratar de forma adecuada…

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Maldito desde la cuna

William_S_Burroughs_JrSRpIlustración de Iban Sainz Jaio, cortesía de Dirty Works.

«No me puedo ganar la vida escribiendo, es un hecho. No me puedo ganar la vida empinando el codo, es otro hecho.»

Decía un personaje de Hanif Kureishi que lo peor que le puedes hacer a Kerouac y compañía es volver a leerlos pasados los treinta. El relato autobiográfico de los últimos quince años de vida de Billy, el hijo de William S. Burroughs, encajaría en la estela de los escritores de la generación beat, como es el caso de las Crónicas de Motel, de Sam Shepard, coetáneo del chaval y heredero del legado de Kerouac, pero su situación es muy diferente. Billy en estos libros no buscaba inspiración, sino detalles sobre su propia vida. Era un personaje más en los textos y biografías de estos escritores…

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Bradbury y la temperatura del papel

Fahrenheit 451 - Paper Temperature

Detalle de la cubierta de Fahrenheit 451 60th Anniversary Edition

Con el tiempo, lo que más aprecio en las personas son sus contradicciones y defectos, porque me parece que mediante el conocimiento de nuestros límites se percibe mejor cómo somos verdaderamente. Se podría decir que lo que no hacemos bien nos define tanto o más que aquello en lo que somos buenos. Una contradicción en nuestra vida es una fisura en la fachada de nuestra imagen social, a través de la que el buen observador contempla nuestro verdadero interior. Este razonamiento también funciona con los escritores a los que uno admira, porque la primera materia de la buena literatura es la vida. Ray Bradbury fue un escritor de ciencia ficción que odiaba la tecnología, que jamás condujo un coche ni utilizó un ordenador. Una contradicción tremendamente prolífica, como se sabe. La aversión a los automóviles (ni siquiera llegó a tener carné de conducir) le venía por un trauma: al parecer presenció un terrible accidente en el que tres personas fallecieron cuanto tenía dieciséis años. Contó alguna vez que después de verlo tuvo que volver a casa apoyándose en muros y árboles, incapaz de caminar. Le llevó semanas reunir fuerzas para salir de nuevo a la calle.

Como autor, Bradbury encerraba la misma paradoja que como hombre: pensar en el futuro desde una permanente añoranza del pasado. Si pensaba en el futuro era para tenerle miedo. Coches y ordenadores eran algunos de los grandes peligros de la humanidad para él, y dedicó tanto esfuerzo a sacar fuera esos miedos que nos legó obras futuristas que en realidad reivindican el pasado. Así son sus Crónicas Marcianas o Fahrenheit 451, que pueden interpretarse sin forzarlos demasiado como una especie de manifiestos luditas en los que la cultura de verdad, la que contienen los libros, siempre es la gran amenazada. Su odio por la tecnología era general y trascendente, en el sentido de que era algo profundamente estudiado y meditado. Temía intensamente, y ahí es donde más me identifico con él, que la modernidad enterrase nuestra cultura y quemara nuestros libros, entiéndase esto último de una manera literal o simbólica. Cuando le preguntaban qué le parecía internet, solía responder que para él era algo anticuado, una técnica que nos anclaba como sociedad en lo estático. Creía que la conquista del espacio nos hacía más libres, y las redes electrónicas más esclavos. Por suerte para la humanidad, en la literatura siempre ha existido una estirpe de visionarios especialistas en nadar a contracorriente, y este escritor de Illinois es uno de ellos…

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Suicidios en el totalitarismo

Al leer este interesante artículo no pude evitar pensar y comparar con lo que estamos padeciendo los que vivimos en Venezuela y que solo podrán entender fácilmente los que a diario pasamos por situaciones similares a las aquí descritas, no obstante me permito hacer esta acotación para que sirva como una llamada de auxilio, como una denuncia internacional que logre traspasar nuestras fronteras y hacerse eco en otras latitudes.

En Venezuela el régimen autoritario de Nicolás Maduro puso en práctica un plan muy bien orquestado para someter a la población del país de manera incondicional bajo la batuta del terror y del hambre; de esa manera ha logrado someternos y en paralelo se ha puesto en marcha un plan siniestro de genocidio sistemático implementado con sus absurdas medidas económicas que nos hacen rondar una inflación acumulada de 1.000.000 % (si leyó bien de un millón por ciento) lo que hace insoportable una economía sana en cualquier lugar del mundo. Los precios de los alimentos y de las medicinas son imposibles de cubrirlos para la mayoría de los venezolanos, son precios «impagables» y para colmo la escasez es nuestro pan de cada día, lo cuál encarece los pocos productos que se pueden conseguir.

En resumen, nos encontramos en Venezuela en un gran campo de concentración de casi un millón de kilómetros cuadrados, nos estamos quedando incomunicados por las más diversas razones: ausencia de documentación (pasaporte) para viajar, elevados precios de los pasajes, escasez de combustible y repuestos para los vehículos, los altos costos de los equipos de comunicación (smartphone, tablet, ordenadores y portátiles) hacen imposible poder reponerlos e incluso mantenerlos o repararlos.

La sobrevivencia diaria se ha convertido en nuestro «leitmotiv» en nuestra tema diario, en la razón de existir… solo tratamos de ver que lograremos procurarnos de alimentos para sobrevivir un «día más»; enfermarse o padecer de una enfermedad crónica en este país es una sentencia de muerte, así de simple, no tenemos calidad de vida y solo nos queda resistir y tratar de sobrevivir, con la lúgubre idea del suicidio siempre rondando en nuestra mente como una manera de ponerle fin a nuestros sufrimientos y penurias…

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El régimen nazi creó una situación de anomia, un ambiente desprovisto de las normas sociales y valores morales tradicionales, en el que el suicidio a menudo servía la única forma de salir de una situación intolerable. (Suicide in Nazi Germany. Christian Goeschel).

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Campo de concentración de Buchenwald, Alemania, 5 de junio de 1945. Fotografía: U. S. Federal Government (DP).

No hay forma de probar si hubo una alta o baja tasa de suicidios en los campos de concentración nazis; se estima que el índice era mil veces mayor que fuera de ellos en tiempos de paz. Pero en Alemania las cifras de suicidios estuvieron disparadas desde el final de la Gran Guerra. Con la crisis de la República de Weimar, el suicidio era la salida de las clases medias y la pequeña burguesía que se vieron sumidas en la miseria. Una deshonra social. No era extraño que se suicidaran familias enteras, contó el historiador alemán Joachim Fest. En 1932, las cifras cuadruplicaban las de Gran Bretaña y doblaban las de Estados Unidos. En 1939, todavía había el doble de suicidios en Alemania que en Gran Bretaña. Oficialmente las autoridades alemanas registraron 214.409 suicidios entre 1918 y 1933.

En los campos de concentración, el gran trauma era la llegada. Un shock. Se humillaba a los prisioneros con un discurso de bienvenida en el que se les explicaba que valían menos que un perro. Llevaban días viajando hacinados, sin higiene. Al ingresar, se les requisaban sus pertenencias, se les tatuaba y se les rapaba la cabeza. Era una anulación, una despersonalización instantánea. Este impacto inicial, la pérdida de toda esperanza en pocas horas, llevó a suicidios masivos…

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Blogger, Editora, Escritora, Mentor, me dedico a sentir, pensar y reflexionar, porque somos seres sintientes, reflexivos con capacidad para crear y darle forma a todo lo que nace en nuestra imaginación.

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Jerónimo Alayón

Lingüista y filólogo. Escritor. Profesor universitario.